Antonio Luquín
"Nací en 1959. Mi padre me enseñó a entender el mundo y mi madre a relacionarme con el cielo. De una apropiada negociación de estos extremos, me ha sido posible entender el lado divino de la existencia terrena y la humanidad del mundo divino. Sólo así, alimentándome de ambos mundos, he podido dotar de alma el mundo sensible de las formas.
Veinticuatro años más tarde, cursando la carrera de Historia del Arte, me encontré con los muralistas mexicanos y, a despecho de horas-aula, juzgué más importante para mi vida, reproducir, inspirado por ellos, algo que bullía en mi interior. Imperfecta reproducción que, sin embargo, produjo los primeros latidos de un corazón nuevo. Pinté algunos murales a la vinílica. No se conserva ninguno de ellos. Pero el pintor, sin saber que lo era, ya había firmado sus primeras obras.

Debieron pasar cinco años más para que me manifestara como una voluntad. Cuando en 1991 monté mi primera exposición, llevaba sin advertirlo 20 años trabajando para el arte. Por décadas creí que habría de dedicar lo mejor de mi talento al mundo de la música: compositor prolífico, ejecutante mediocre, pero poseído de demonios musicales, llevaba mis sonidos al escenario. Lector devoto, amante de la literatura, había encontrado un espacio editorial. Dibujante aficionado, rubricaba hojas de papel a través de horas de hastío escolar. Y sin embargo no fue hasta 1988, a los 29 años, que tomé un camino profesional como pintor, sin abandonar las otras actividades creativas.
Superando una edad en la que pretendía abarcar todo, elegí -con el objetivo único de impedir que se diluyese el entusiasmo y la visión- responder al llamado inequívoco del pintor. Aún así, Antonio Luquín podría ser caracterizado como el pintor de canciones y el compositor de cuadros, un escritor que redacta su biografía, pero que también hace la crónica de nuestros días, pincel en mano. "
Veinticuatro años más tarde, cursando la carrera de Historia del Arte, me encontré con los muralistas mexicanos y, a despecho de horas-aula, juzgué más importante para mi vida, reproducir, inspirado por ellos, algo que bullía en mi interior. Imperfecta reproducción que, sin embargo, produjo los primeros latidos de un corazón nuevo. Pinté algunos murales a la vinílica. No se conserva ninguno de ellos. Pero el pintor, sin saber que lo era, ya había firmado sus primeras obras.

Debieron pasar cinco años más para que me manifestara como una voluntad. Cuando en 1991 monté mi primera exposición, llevaba sin advertirlo 20 años trabajando para el arte. Por décadas creí que habría de dedicar lo mejor de mi talento al mundo de la música: compositor prolífico, ejecutante mediocre, pero poseído de demonios musicales, llevaba mis sonidos al escenario. Lector devoto, amante de la literatura, había encontrado un espacio editorial. Dibujante aficionado, rubricaba hojas de papel a través de horas de hastío escolar. Y sin embargo no fue hasta 1988, a los 29 años, que tomé un camino profesional como pintor, sin abandonar las otras actividades creativas.
Superando una edad en la que pretendía abarcar todo, elegí -con el objetivo único de impedir que se diluyese el entusiasmo y la visión- responder al llamado inequívoco del pintor. Aún así, Antonio Luquín podría ser caracterizado como el pintor de canciones y el compositor de cuadros, un escritor que redacta su biografía, pero que también hace la crónica de nuestros días, pincel en mano. "
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